Debido al ámbito laboral en el que me he desarrollado, he tenido la oportunidad de tener un estrecho contacto con la muerte, el dolor que genera y lo que rodea a este evento transcendente en nuestra vida, y digo oportunidad porque he podido aprender varias cosas de este contacto.
Si hay un efecto que genera el acercamiento a la muerte, ya sea propia o ajena, es que humaniza a quien toca de cerca.
El título de este post está extraído del libro de Javier Oroz Ezcurra, "Finitud y compromiso", que leí hace ya unos veinte años y que a través de la experiencia adquirida fue cobando sentido para mí.
Dos de las cosas que aprendí en ese tiempo fueron precisamente el significado de la finitud y el compromiso.
Finitud porque uno toma conciencia de su fecha de caducidad, porque delante de sus ojos desfilan fallecidos de toda condición, jóvenes, ancianos, niños, suicidas, muertes violentas, súbitas, accidentes.
Aunque parezca algo evidente, caí en la cuenta de que todos morimos, algo que queda fuera del rango de conciencia de la mayoría de la sociedad, ya que escapamos de este hecho al que en algún momento deberemos mirar de frente, no queremos hablar de ello, buscamos distracciones para olvidarlo y lo que en otras tradiciones es algo natural, preparar el tránsito, en occidente es algo considerado de "mal gusto".
Hacemos planes para la jubilación, contratamos hipotecas a cuarenta años, posponemos conceptos importante e incluso urgentes, como la familia, la educación de los hijos, la propia salud, la necesidad de detenernos, de contactar con nosotros mismos...