Ciertamente ha sido una carambola, ya que en estos cinco años que llevo en esta esquina de Navarra, rayana con Guipúzcoa, no había conseguido encontrar trabajo.
Fue la llamada telefónica de un viejo conocido la que me abrió la puerta de poder trabajar en un Punto Limpio (Garbigune) para sustituirle en sus vacaciones de verano.
Fueron dos semanas de aprendizaje, en los dos Garbigunes de Donostialdea, para ir viendo cual era la función de esos lugares en los que se orienta a los usuarios a la hora de deshacerse de los residuos que se generan en las casas o simplemente desprenderse de objetos que, o no funcionan, o ya no los necesitan.
Contenedores para aparatos eléctricos y electrónicos, madera, chatarra-metales, vidrio, cartón, plásticos diferentes, de varios tipos, restos de poda, escombros, otros materiales más contaminantes y peligrosos, aceites, pinturas, pilas, radiografías…
En fin, es impresionante ver la cantidad de residuos que generamos y los que estamos obligados a eliminar de manera selectiva.
El trabajo resultaba muy interesante para hacerme una idea del ritmo de consumo y el tremendo desatino de esta sociedad de la abundancia en que vivimos.
La obsolescencia programada se ve aquí en toda su crudeza, ya que es ingente la cantidad de aparatos electrónicos que se tiran todos los días. Algunos si, que ya no funcionaban aún y teniendo apariencia de nuevos, otros porque habían perdido comba y capacidad ante el ritmo de las necesidades de los nuevos sistemas y la tecnología, volviéndose ineficaces, lentos, obsoletos, y ya para rematar este pollo sin cabeza en el que nos hemos convertido, esos otros aparatos que aún y cuando funcionan bien, eran eliminados porque el coste de los consumibles (impresoras de tinta) hace que por poco dinero más elijamos otro aparato (impresora) nuevo. Pura entropía.
Recuerdo a un usuario, un egipcio, muy buena pinta el hombre, que traía un horno y vitrocerámica que funcionaban. Se veían usados, pero usables, la pregunta fue inevitable, ¿cómo vas a tirar esos aparatos que funcionan?. Me miró con ojos comprensivos, al fin y al cabo era un inmigrante, en su país quizás no lo hubiese tirado, y me contestó que sí, que era cierto, que no era muy sostenible tirar, deshacerse de aquello que funcionaba, pero que en el centro comercial que estaba al lado del P-L había una oferta de horno y vitrocerámica nuevos por 50€ al mes.
Me salió del alma, “¿y cinco años cogido de salva sea la parte pagando la dichosa oferta?”.
Su silencio resultó elocuente, los dos entendíamos que es difícil sustraerse al encanto del “compre ahora y pague después”, durante, como una muestra de que nuestro nivel de vida y consumo está ligado a equiparar ingresos a capacidad de endeudamiento. Es el ahorro de antaño del tengo, guardo, araño, siso… convertido en debo, la cita ineludible en la que la entidad bancaria, a primeros de mes, exige a mordiscos lo prestado, so pena de…